martes, 1 de diciembre de 2009

Oliart, el viejo que contaba historias de amor

Por Pilar Portero

No hay hazaña de amor más épica que lograr que una plantilla de 4.000 trabajadores se enamore de un proyecto y lo haga resurgir con ese brío que sólo es achacable a la pasión. Sin embargo, esa es la estrategia que Alberto Oliart ha presentado hoy en su primera comparecencia en el Congreso ante la Comisión Mixta de RTVE.

Por lo pronto me ha seducido a mí. Reconozco que cuando Zapatero soltó su nombre, dije: ya está otra vez el presidente con su afán de figurar en el Guinness de los Records. Además me resultó una broma de mal gusto que la misma casa que está cepillándose a algunos profesionales brillantes sólo porque han cumplido los 52 años, eligiera a un octogenario para afrontar el apagón analógico y la transición a la televisión digital.

Caigo rendida ante su inteligencia, su risa placentera, la ausencia de resquemor, la seguridad que exhala, sus deliciosas batallitas... "Mi mujer y yo no nos perdemos "La Señora". Le digo: mira lo que hacen en mi televisión. Me gusta por lo bien que recrea la época y por lo guapas que son las actrices, además de buenas profesionales claro -añade rápidamente al darse cuenta de que no es políticamente correcto soltar un argumento tan carnal-. Luego resulta que cuando hablo con otras señoras amigas o con mis cuñadas, todas los ven y opinan lo mismo".

Oliart, a pesar de haber sido político, se ha quitado de encima cualquier impostura, el lenguaje hueco y las medias mentiras. Oliart es un valiente, como todos aquellos que acumulan experiencia y han vivido casi todo. "Tenéis que comprometeros vosotros, ustedes -rectifica- señorías", dice con una naturalidad que desarma cuando exige, sin tapujos, que la corporación necesita contar con más financiación y que va a llorar hasta conseguirla. "El no ya lo tengo. Ahora voy a por el sí. Y creo que lo lograré. Que conste que no cuento con 1200 millones de euros, como dicen ustedes. Después de pagar el IVA quedan 1073".

Aunque lo que más preocupa a Oliart no es el dinero sino "motivar a la gente, a los trabajadores porque entonces el giro será muy fácil". Me entran ganas de ponerme en pie y aplaudir como una loca. Parece obvio, ¿verdad? pero que complicado es encontrarse con un jefe capaz de entender que sin la complicidad de la plantilla, desde el primero hasta el último, no es posible obtener la gloria. Muchos, incluso cuando han sido capaces de implicar a sus empleados, piensan, enajenados por la necedad humana, que es su genialidad en exclusiva, la causa del éxito.

Con una generosidad que no merecían, ha explicado a sus señorías el método que ha aplicado siempre y que hasta ahora le ha procurado excelentes resultados: "1º) Tener claro los objetivos y 2º) Ser muy pragmático para alcanzarlos. Lo que se consigue únicamente cuando la gente te apoya por convicción y no por obligación". Puro sentido común. Inteligencia emocional a tope que diría el psicólogo Daniel Goleman. Química laboral, según los tratados de últimas tendencias en RRHH (Recursos Humanos).

Claro que sus señorías estaban en otra película, en la que se montan a diario y tan rentable les resulta. La bronca esta vez era por determinar si resultaba o no procedente que el elegante Oliart, con su traje gris con chaleco y su porte distinguido, se encontrara compareciendo allí cuando sólo hace una seis días que ocupa el cargo. El socialista Óscar López, apoyado por el diputado vasco Agirretxea y por Llamazares -que se ha largado tras soltar un discursete fast-food-, peleaba con la popular Luisa Fernanda Rudí -presidenta de esta comisión- como si les fuera la vida en ello mientras Oliart gravitaba sobre el absurdo rifirafe. En cambio, cuando el razonable viejo, echaba mano de una anécdota de su larga vida para apostillar una idea con un ejemplo, ellos intercambiaban miraditas guasonas como diciendo 'otra batallita más'. Es la primera vez que yo he estado presente en una comisión en la que los diputados renuncian a agotar su turno de preguntas, o que se dan por satisfechos con la respuesta dedicada a otro, como ha hecho Óscar López.

Si al menos sus señorías fuesen conscientes del patetismo que desprenden, no emplearían un tono condescendiente -como el habla con un niño-, sobre todos los hombres, ni gesticularían al escuchar cómo Arzallus, con el que Oliart ha contado que discutió ardientemente el Estatuto vasco, le abrazó con ímpetu al final. Ni cuando para ilustrar lo importante que es buscar el compromiso día a día, el presidente de RTVE, ha explicado cómo Fraga, Herrero de Miñon, Jordi Solé Turá y Gregorio Peces Barba perseguían el compromiso constante para sacar adelante la Constitución.

Me quedo con las ganas de vitorearle pero no de acercarme a saludarle y felicitarle. Puedo presentarme sin batir mi marca en hablar al político en el menor tiempo posible antes de que se te escape. Oliart me mira a los ojos y se para mientras me deshago en una sincera enhorabuena. Gasta su tiempo conmigo. Un detalle que me basta para cerciorarme de que no es como los demás.


Nota: Me tomo la libertad de recomendarles que devoren "El viejo que leía historias de amor" de Luis Sepulveda, el escritor chileno que vive ahora en Gijón y al que he tomado prestado el título.

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