miércoles, 23 de febrero de 2011

23-F "Hija ¿esa idiota que se asoma desde la tribuna eres tú?"

Mirad la foto. En la parte alta, en la tribuna de invitados, frente por frente con la mesa y la tribuna de oradores se adivina una cabeza erguida, mientras un guardia civil trata de humillar a Gutiérrez Mellado por la espalda. Esa cabeza de mujer, con melena leonina y un mechón blanco que arranca en la frente, es la de Betina Rodríguez Salmones. Hoy diputada del PP -sí, la diputada de la melena blanca que a veces se enfrenta a Carme Chacón-. Hace 30 años, Rodríguez Salmones era una espectadora privilegiada de la asonada del 23-F desde la tribuna de invitados. Hoy cuenta su historia en un chorro vivo, como si hubiera sido ayer.
Betina en la tribuna, la única invitada que no se tiró al suelo
“Betina, ¿no serás la idiota que asoma la cara por encima de la barandilla de la tribuna de invitados, la que sale en la foto del ABC? ¿Eres tú hija? –Sí, mamá soy yo".  Fue exactamente el 25 de febrero de 1981 cuando se publicó la foto a la que se refería mi madre. Lo que no le dije es que en ese momento, lo único que yo quería era que no me quitaran de allí, no perderme nada. La subida de la adrenalina ante aquella brutalidad que estaba presenciando era superior al miedo. Imaginé que mis cinco hijos estarían bien atendidos por su padre o por cualquiera de la familia. Tenía claro que no iba a irme.

Veía la escena desde arriba. No sé como lo hice. Aunque a los invitados nos sacaron inmediatamente, luego pude escaquearme y llegar a la tribuna de prensa, donde me quedé hasta las 23.30. Más o menos. Lo de Gutiérrez Mellado y Suárez ante aquellos salvajes fue lo más impactante que he presenciado en mi vida. Gutiérrez, bajito, menudo, tuvo el gesto de dignidad más grande que nunca he visto. Unas filas por encima, Carrillo estaba imperturbable. No dudé ni un instante de que le iban a matar.
Primer plano de Betina, impactada por lo que estaba presenciando
Esa tarde estaba allí gracias a mi amiga Soledad Becerril, sabedora de que me apasionaban aquellos momentos políticos. Iba a ser el día de la elección de Calvo Sotelo y yo ya tenía el veneno de la política dentro. Durante un año, había sido asesora de Joaquín Garrigues Walker, cuando estaba en La Moncloa. Después, cuando Joaquín estaba ya muy enfermo, viví de cerca como su habitación en la clínica de la Concepción se convertía en lugar de reunión, donde se seguía todo lo que le estaba sucediendo a UCD y a Adolfo Suárez. Garrigues no llegó a ver aquel 23-F. Lamentablemente, murió el año anterior -a finales de julio de 1980-.
Me pedís que haga planos, ráfagas de aquella tarde. Una a veces recuerda las cosas más sorprendentes. Entre los invitados de la tribuna, a mi lado estaban dos hermanas de Leopoldo Calvo Sotelo, el hombre que debía haber sido elegido presidente. Altas, elegantes, dignísimas. Estabamos tumbadas en el suelo, y yo seguía mirando a través de la cortinilla que levanté entre el suelo y la barandilla. Una hermana de Calvo Sotelo me preguntó: " ¿Monina, tú ves algo?"
-Sí, veo bien.
-¿Y ves al candidato?
-Sí, sí, le veo y está muy bien. (Preguntó por el candidato, no por su hermano).
-¿Te importa irme contando lo que pasa? Yo estoy aquí al lado, rezando, porque yo soy de las que reza, ¿sabes?.
-¡Y yo también! le respondí. Quizá era porque momentos antes, cuando se iniciaron los tiros dije un "coño, coño, coño", aunque no soy mal hablada.
-Lo se, hija, lo se porque soy amiga de tu tía Lourdes, la monja.


Otro flash que tuve, quizá el momento en que sentí de verdad el miedo, fue cuando Tejero ordenó llevar sillas al centro por si tenía que prender una hoguera. Yo estaba pensando en que ese loco nos iba a quemar a todos. Mientras un guardia destripaba el tapizado, oigo a Pilar Urbano  preguntar, tan tranquila, "¿cómo se llama lo que tienen las sillas de relleno?" Otro colega vuestro contestó "borra".
A ratos, había un enorme silencio. Oímos un avión que cruzaba por encima del Congreso. Otro periodista senior, no sé, del corte de Manu Leguineche -no recuerdo si él, si estaba allí- hizo una reflexión. "Es un vuelo comercial, luego el aeropuerto está abierto". Y eso nos tranquilizó algo.

Pero no quiero dispersarme en los recuerdos. Tengo imágenes que se suceden, además de las de Gutiérrez Mellado, Suárez y Carrillo, que en un momento dado –subían los guardias constantemente a increparle o hablarle, depende- en vez de tumbarse, lo que hizo fue levantar el asiento y sentarse sobre el borde. Más alto todavía. Y su rostro. Era increíble, no movió ni un músculo. Siempre he pensado que los tres, Suárez, Carrillo y Gutiérrez Mellado, tenían muy interiorizado que en cualquier momento podían matarlos en aquellos tiempos. Por eso no se tiraron al suelo.

En la retina conservo lo de aquellos guardias, salvajes. Parecían drogados o bebidos por la violencia con que se manifestaban; llevaban en la muñeca los relojes con el aguilucho. Mi sensación era que venían a por nosotros, sin ninguna duda. Después, cuando durante el juicio apelaron a la obediencia debida para salir exculpados, yo recordaba aquellos modales, aquella violencia, y la verdad es que me irritaba, me dolía.
A lo largo de la tarde hubo muchos períodos lagos de desconcierto. Para llegar de la tribuna de invitados a la de prensa me escapé por los pasos perdidos y recuerdo los pasillos vacíos. Ya de noche, salí de allí con Miguel Ángel Aguilar, y caminamos hacía el Hotel Palace. En el camino, cada vez que un guardia nos apuntaba, Aguilar le decía "¡Oiga, apunte a los de dentro que ellos son los malos!". En ese trayecto, tan corto y tan largo, alguien nos dijo "tranquilos, ha llegado el general Armada". Miguel Ángel dijo algo así como, "Uf, es el amigo del Rey". Pero yo sabía algo de Armada y su entorno, y no lo vi tan claro.
Una vez en el Palace, me admiró también la dignidad de Carmen, la mujer de Santiago Carrillo. Sentada toda la noche en una silla, sin moverse, sin llamar la atención. Yo la miraba, recordaba lo que había visto dentro del Congreso, y me decía "lo que debe pasar esta mujer".

En el mundo de las sensaciones y los recuerdos, hay ocasiones que confundes incluso imágenes con realidades. Pero juraría que ya en el Palace había una sola televisión y estábamos todos alrededor de ella cuando el Rey pronunció su discurso. Tengo la vívida sensación de que Armada estaba detrás de nosotros, y cuando Juan Carlos terminó de hablar dijo "el Rey se ha equivocado, ha tomado partido por una de las partes". Parece que estoy viendo su cara, mezcla de consternación e indignación.
Claro que lloré y estallé de emoción. Creo que cuando liberaron a todos. Y también recuerdo de forma muy emotiva la sensación que me produjo Pujol, cuando dijo lo de que el Rey le había llamado y le había dicho "tranquilo Jordi, tranquilo". Ese fue el momento, la primera vez en que yo tuve conciencia de que el presidente de una Comunidad Autónoma hablaba como autoridad del Estado.

La desesperanza
Ah, y se me olvidaba la desesperanza. Cuando creíamos que todo estaba más o menos encauzado y apareció Pardo Zancada. creímos que era el final, hasta que vimos como se abrazaba a los guardias del Congreso. Otro momento claro de desánimo.
¿Qué sensación perdura? Os lo voy a decir. Es terrible lo inconscientes, lo irresponsables, lo frívolos que habíamos sido todos. Cómo entre unos y otros, habíamos llevado a una joven democracia, de apenas tres o cuatro años, hasta las cuerdas, sin saber medir. ¡Qué irresponsables!
Sí, claro que ahora les hablo de esto a mis hijos y a mis nietos. No se trata de contar las batallitas de la abuelita, sino de hacer pedagogía. Mucha. Porque se puede explicar y hacer que te escuchen. El esfuerzo merece la pena. A mí, aquel día me marcó para siempre y nunca he olvidado que esta democracia no tiene los siglos que la británica ni ha nacido como la americana. Ahora sólo tenemos 30 años, y no 200 o 300 años.

La prudencia debe ser extensiva para todos. Hay unas fronteras que no deberíamos saltar. Nadie, de ningún partido. En cuanto a la desafección de la gente para con los políticos, lo de la desafección política me parece un eufemismo. La gente siente incluso animadversión hacía nosotros, aunque luego en el trato a corto, no lo notemos. Y nos votan, al fin y al cabo somos sus representantes. Pero en este terreno, también creo que la prensa deberíais tener cuidado, como nosotros, la clase política.

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